En el piso de la sala siguen todas las prendas que vestía anoche. No las quiero recoger porque cuando las miro y luego cierro los ojos te veo parado frente a mi y me las vuelves a quitar despacio, en un loop que se repite mil veces hasta que abro los ojos a buscar algún otro resto tuyo que me alimente las ganas de. Estás en todas partes, afortunada soy. Mil historias me invento: cuentos sobre abrazos involuntarios cuando te encuentro somnoliento bajo sábanas y tus ojos entreabiertos a las seis de la mañana, un apartado completo sobre tu espalda desnuda y de tu risa todo un libro. ¿Ya te conté la anécdota esa de cuando yo, en un intento fallido de sentir algo de verano adentro, pinté todo el cuerpo de rosa y amarillo? La recuerdo hoy mientras brindo con la copa de vino que dejamos a la mitad, por el mejor regalo que me has dado: me mostraste que el mundo no deja de ser bonito aunque todo sea una gran paleta de grises. Hace un mes empezaron las lluvias y no se van a quitar tan pronto. Este es el momento en que más lejos estamos de la primavera, pero mi sol hacía mucho no brillaba tan fuerte. Los días son nublados, el agua a veces sube hasta los tobillos y aquí seguimos. El hemisferio norte poco a poco se vuelve a significar y este año el viento no sopla hacia el sur (lo que siempre es señal de buena esperanza, me han dicho alguna vez).

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